"Quiero más una libertad peligrosa que una servidumbre tranquila" Mariano Moreno

martes, 28 de enero de 2014

FRANCISCO MADARIAGA: UNA ACUARELA MÓVIL




Nació el 9 de septiembre de 1927. A los 14 días de vida fue llevado al Paraje Estancia Caimán, Tercera Sección, del Departamento de Concepción en la Provincia de Corrientes, Argentina. Hasta los 15 años vivió entre esteros, lagunas, palmeras salvajes y los gauchos más arcaicos que aun sobreviven tristemente en la Cuenca del Plata. En este escenario duro pasó su infancia marcado por el idioma guaraní que nunca dejó de hablar ni bien llegado de regreso a su terruño. Viajó sólo a Buenos Aires para completar sus estudios y residió en la ciudad con marcada nostalgia, alternando sus días con largas temporadas en el campo, sin perder nunca el contacto con su amada Corrientes.

Era hijo de Francisco Aurelio Madariaga, graduado en Medicina Veterinaria en la Universidad de La Plata, nacido en el pueblo correntino de Concepción y de Margarita Pallette, maestra, porteña del barrio de Floresta. Desde pequeño fue independiente, decidido, amante de la vida salvaje y poco acostumbrado al ritmo de la gran urbe.

En 1947 conoció al narrador Gerardo Pisarello, al que visita por primera vez en su casa de Saladas, Corrientes, con quien dará inicio a una profunda amistad.


En Buenos Aires, durante el año 1951, se vinculó con los poetas srrealistas, pintores, escultores, cineastas y músicos que se nuclearon para publicar la revista “Letra y Línea”, cuyo primer número apareció en 1954 bajo la dirección de Aldo Pellegrini.

Esta experiencia constituye una apertura hacia una búsqueda personal de un  intenso lirismo, que implicó el regreso al mítico cosmos de su infancia, “centro de su universalidad”.

En 1954 conoció a Oliverio Girondo, y en su casa de la calle Suipacha, donde vivió con Nora Lange, compartirá magnificas veladas, entre otros, con Miguel Angel Asturias, Lisandro Galtier, Edgar Bayley, Olga Orozco, Juan Antonio Vasco, José María Gutierrez, Ramón Gomez de La Serna, Xul Solar, Enrique Molina, Marcel Marceau, María Meleck Vivanco, Carlos Latorre, Juan Filloy, Romulo Macchió, Rodolfo Alonso, Aldo Pellegrini, Alfredo Martinez Howard, Eduardo Calamaro.

Desde 1954, año en que apareció su primer libro de poesía El pequeño patíbulo, se suceden 18 obras, entre las cuales se destacan: Las jaulas del sol (1959), El delito natal (1963), Los terrores de la suerte (1967), El asaltante veraniego (1968), Tembladerales de oro (1973), Llegada de un jaguar a la tranquera (1980), Resplandor de mis bárbaras (1985), El tren casi fluvial (segunda obra reunida 1988), País garza real (1997), Aroma de apariciones (1998), Criollo del universo (1998), Solo contra dios no hay veneno (1998).

Sus poemas han sido publicados en importantes Antologías de Latinoamérica y Europa y traducidos al inglés, francés, alemán, sueco, portugués e italiano. Entre ellas Poesía Argentina Instituto Torcuato Di Tella (1963), Antología viva de la poesía latinoamericana España (1966), Contemporany Poetry Argentine and Antology (bilingüe 1969), Poeti Ispanoamericani Contemporanei (Italia 1970), Moderne Argentiniche lyric (Alemania 1975), Poesía Nueva Latinoamericana (Perú 1981), Antología de la Poesía Hispanoamericana (México 1985), La Nueva Poesía Argentina Contemporánea (español-italiano 1988).



Colaboró desde joven en prestigiosas revistas y diarios del país y del exterior (como Clarín y La Nación, de Buenos Aires), en revistas del exterior (Cuadernos Hispanoamericanos -Madrid-, Eco -Bogotá-, Zona Franca -Caracas-, Periódico de Poesía de la Universidad Nacional Autónoma -México-, en los diarios El Universal y El Nacional de Caracas, El Espectador de Bogotá, Presencia de Bolivia).

Ha obtenido premios importantes a partir de 1963, entre ellos se destaca el Premio Nacional de Poesía en el 2005, por la obra correspondiente al período 1997-1999. Ha escrito obras en prosa y concurrido como invitado a Congresos y Reuniones Literarias Internacionales y de su país.

Tuvo dos hijos de su primer matrimonio con Amalia Cernadas, Gaspar Hernán y Florencia Natalia; de su segundo matrimonio con Elida Manselli a Lucio Leonardo.
Después de 2 años de sobrellevar  una dolorosa enfermedad, fallece en el 2000.




La muerte, La hermandad, la poesía
 
A Oscar Portela, destrozador de erradas telurias, con su mandoble de poesía 
y de inteligencia, poeta a cuyo empuje formidable y a cuya cultura en acción 
le debe tanto ya Corrientes. El puede ser -por intermedio de nuestra 
América- poeta absoluto y absoluto hombre público
Francisco Madariaga. 80/82
       I
Vienes bebiendo "el canto de lo múltiple",
"Corazón solitario".
Bebe ahora el milagro del Otro en lo múltiple
y de la copa del anti-mal
hecha con pluma de garza real
que hoy te ofrezco
en este recibimiento
amigo greco-criollo,
y escucha hoy esta canción que te saluda,
desde el Corrientes de campaña,
acá en la Gran Metrópoli
errada en su multiplicidad
cantada por el mirlo triste y ronco en la
rama de asfalto de la Muerte Industrial.
Ciudad ramereada por las albas de las Constelaciones
de las bajas Mercaderías,
puerto donde se ha perdido el alba abandonada de las
llanuras delicadas,
Gran Mercado de Sueños Impostados,
que habrá que saquearlo con
Poesía para limpiarlo.
Desde acá,
bien montado y armado,
y con licencia de nuestras correntinas llanuras
gateadas,
te saludo
Canciller para la Rendición de la
Filosofía por las Armas de
la Caballería de la Poesía,
y por obra de la Muerte,
que destrina su sudario del luto
y lo hace trino de Presencia
y de Ausencia.
       II
Y así has llegado, tú, Marina,
su madre,
desalojando del corazón del
loretano
a su prima la Filosofía:
¿La que siempre soñó doblar a la
Poesía?,
y lo entregas, plenamente, con tu muerte,
a la poesía,
ah creadora de estos Himnos a la Muerte,
bella de la bondad criolla en llamaradas,
cantante, también, en mi alma, que es libre
para elegir
ferozmente
la hermandad,
y develarla
como bella
a esa hermandad,
y como ardiente hada natural
del amor
a esa hermandad de la "belleza impune",
la poesía.
Llegas, Marina, con un aire de inmortalidad
pagana,
gentil en el color de una más bella gitana
entre los dioses,
cristiana de oro para el niño que dejaste
instalado en la Poesía,
y que ahora,
libre de mal
y de bloques que lo separan de la
Tierra
y del Infinito,
se arroja al Canto
y canta
con una alegría negra y blanca
y natural,
y es,
y será
hermano
de la vida
que es Muerte
y Muerte Vida.
Azul y negro este hombre
ahora canta,
y nos entrega Himnos a la muerte,
como una primavera que en Loreto
entrega alas
lágrimas
sonidos del monte
al corazón de una laguna con
estrellas.
De todo este vasto libro
separad a sus Himnos a la Muerte
y entregaros
a la alegría de una libertad
en la muerte,
en las entrañas de toda vida,
por vida.
Francisco Madariaga, 02.06.1980






La poética de  Francisco Madariaga



El universo correntino de Madariaga no es algo inventado, es algo que deviene, que les sucede y se les viene encima a los habitantes de ese espacio literario, un destino; algo que se les cae sobre de sus cabezas y en donde los actores poco pueden hacer al respecto. El natural correntino que presenta Madariaga pone a los personajes como subalternos del paisaje originario, siempre hay luchas, siempre hay política, siempre hay facciones, escaramuzas que empiezan y terminan pero se continúan eternamente en un fluir histórico circular y agobiante sumergido en ese contexto de desmesura.
Se podría especular que esta forma de poetizar tiene que ver con aquella frase: ”Corrientes tiene paye” que mucho no se sabe qué significa pero que se usa para todo. Pero si payé es embrujo, para poder entender sería interesante distinguir de qué embrujo se trata en este caso; en la poética de Madariaga no hay gualicho, ni poción, el embrujo proviene de lo subterráneo, de fuerzas ocultas, de un trasmundo que opera en la oscuridad dominando toda la escena. Podría decirse que Madariaga describe el payé cuando derrama sobre el lector un universo que se vuelve irrenunciable: Corrientes.
Porque pareciera que siendo ya un intelectual formado en Buenos Aires, le fue imposible separarse del mundo donde se crió y al que debe volver recurrentemente, viajes permanentes a lo largo de su vida a los que arrastra a muchos de sus amigos porteños que desean ser testigos vivenciales de aquello que Madariaga describe en la poesía.
Sobre aquel reclamo que hace Ricardo Piglia referente a que no ha habido, después de Borges una forma de escribir que pueda describirse adjetivando en base a un apellido, tal como es el caso borgeano, se podría arriesgar que la poética de Madariaga transforma al género surrealista en sousrealismo radicalizándolo de una manera madariagueana, lo cual termina convirtiéndola en trágico. Si existiera tal lugar, sus naturales estarían eternamente presos de él y sometidos a sus designios, por eso el poeta se restringe de abusar de la utilización de este método. Es de esperar de los naturales del lugar que en algunas ocasiones como en las de hambre o de miseria donde se puedan percatar de tal desventura, se vean tentados a escapar de tal lugar. Dominar su naturaleza sería una operación posterior al éxito de poder haberla sobrevivido, aunque tal vez eso solo se logre al elevado precio del destierro o de la partida y no todos están dispuestos a pagarlo.
En la poética madariagueana no hay sujetos subalternos porque no hay quién subalternice dado que  todos están hermanados en la dominación implacable de la naturaleza del territorio. Lo que nos lleva a que la palabra solo aparece desde afuera cuando el natural que ha logrado sustraerse a esta lógica, puede hablar y esto solo ocurre cuando se puede apreciar en la perspectiva de dónde estaba inmerso.
¿Podría alterarse esta condición madariagueana de lo correntino?  Todo indicaría que sí, mediante un proceso de colonización tal como ha ocurrido tantas veces en otros lugares, pero eso que señala el poeta es una sensación que persiste aún hoy a más de diez años su fallecimiento lo que políticamente quiere decir que no es tan sencillo que esto ocurra. Para lograrlo los objetos deberían dejar de tener vida propia y someterse a la tiranía del observador clásico, lo que significaría una vez más traspasar todo ese universo al territorio de lo civilizado. El payé correntino está aquí hoy, persiste, no debe ser tan fácil de derrotar si no los colonizadores ya lo hubiesen hecho.
Cuando todas las ciudades correntinas se industrialicen, cuando los ríos se puedan cruzar mediante puentes, cuando toda la producción se vuelque al mercado como una economía más, todavía persistirán los esterales, los palmerales, los cabayales, las noches lunales de una Corrientes que solo Madariaga supo poetizar.




Dice Juan Antonio Vasco que si los vegetales se pliegan al tropismo, los animales al instinto, los hombres a la motivación, Madariaga muestra los tres modos de ser ensamblados en su persona, conglomerados con el paraje nativo. Cuando su poesía hace recordar el momento azaroso del lenguaje que ha sistematizado la escuela de Breton, no es por ánimo preconcebido, sino porque la palabra surge de él como rugido de jaguar, rumor de lluvia, vuelo de pájaro. Ni siquiera es el caso de Alejo Carpentier o Wilfredo Lam, que ven a los europeos explorar cavernas subterráneas de la conciencia y comprenden que para nosotros, americanos, no tiene sentido palpar Campos Magnéticos (obsérvese la abstracción), rodeados como estamos por el sueño y el desastre. Ni mucho menos, tocando el extremo, volvernos turistas de nosotros mismos, como ciertos autores del llamado "boom" que luego descubren la índole vendible del exotismo y el "color local", ávidamente solicitados por los consumidores. El tráfico de lo peculiar también da paradójico acceso al disfraz universal. En cambio, Madariaga es de todas partes porque no se lo propone y porque es correntino total.
Logra aludir de modo simultáneo a referentes internos -objetos linguísticos y psíquicos- y a las cosas, seres y hechos de una realidad exterior, ya transfigurados por la percepción selectiva, ordenadora, por la personalidad y la fe. Se ve en una estrofa tomada de Nueva arte poética, pieza que inicia el libro El delito natal, de 1963:

No soy el espectral ni el sangriento, ni el cautivo,
ni el libre, ni el trompudo de labios de lata,
...
Yo soy aquel que tiene los deseos del celo de la tierra.
Aquel que tiene los cabellos del lado del amor.

Excusemos el análisis de estos enunciados: las "partes de la oración", desaparecen en un idioma homogéneo en estado fundente. Tampoco cede a la moda actual de emitir la palabra poética, o que pretende serlo, con valor paralelo de palabra crítica. Dice lo transparente, no autoalusivo. Discurso que nunca se ocupa de sí mismo. Ajeno a la retórica, situado en territorio natural con cara y ceca (para simplificar la presencia de niveles múltiples que percibiríamos mediante la disección): el poema por un lado, la naturaleza correntina por el otro y al mismo tiempo implicada en el primero. En cada uno, o conectado a los dos, el autor. Su elocución será a ratos lineal, a ratos una transposición de imágenes en forma de mosaico y no sólo de imágenes, destellos de naturaleza total, sino también de textos que describen la realidad potenciada y la llevan todavía a un nuevo plano de intensificación lírica. En el paisaje lo acompañan sobre todo el paisano y el caballo, sus hermanos criollos.

No quiere decir que Madariaga carezca de ideología.
La muerte de la fraternidad a manos de la competencia, la desaparición de la naturaleza bajo la plaga del progreso, la depredación del hombre verdadero, el trueque tramposo de la "campaña" por el "agro", de lo campesino por lo rural ("agro" y "rural" son palabras de la explotación destructora que produce algunos afortunados y deshereda de su madre natural a la mayoría), la putrefacción del lenguaje, la muerte de la poesía en lo laberintos de la carrera literaria, caen bajo su condena. Destila de los poemas o lo dice si lo preguntan. Siente en su obra un testimonio de todas las verdades radicales vividas en Corrientes, rostros de la naturaleza y del hombre que desaparecerán, según el mismo cree. Su texto, El tren casi fluvial, prefacio antepuesto a Llegada de un jaguar a la tranquera se cierra con tres líneas que se le pueden aplicar. Habla de un "chasqui de guerra celeste y otro colorado". El chasqui es un mensajero; celeste y colorado identifican a los dos bandos políticos tradicionales de aquella comarca. Reuniéndolos en su escritura Madariaga abraza a la provincia toda y nos entrega el parte de una captación muy honda y definitiva. El mensaje dice así:

A veces veo en los sueños, desde un verde ventanal
un chasqui de guerra celeste y otro colorado, que
se cruzan al pie del viento: ¡Eso es Corrientes!





Es su edición del 14 de junio de 2009, el diario La Capital de Rosario nos acerca asimismo una mirada esclarecedora sobre el poeta.

El poeta de los colores apasionados

Francisco Madariaga (Corrientes, 1927 - Buenos Aires, 2000) es uno de los nombres clave en la poesía argentina del siglo XX. Sin embargo, desde hace tiempo sus libros son inhallables. "Tanto los libros originales como las antologías que se editaron de sus poemas faltan por completo, o sólo se consiguen en librerías de saldos, con suerte. No es justo que las obras de un poeta de su talla no estén exhibidas como se merecen", dice el poeta y editor Eduardo Mileo, quien justamente acaba de compilar, con Javier Cófreces, Un palmar sin orillas, antología que recorre la obra de Madariaga.

De inminente aparición en Ediciones en Danza, el libro incluye una muestra de fotografías del poeta. "Elegir poemas para una antología de Madariaga es una tarea que parece sencilla, dada la calidad de su obra —dice Mileo—. No obstante, la elección, que tiene siempre mucho de personal, del momento y el modo en que una escritura intersecta una lectura, lleva un trabajo que insume tiempo y dedicación muy atenta; además, si el trabajo está movilizado por la pasión, siempre implica una cuota de intransigencia, que luego es necesario discutir cuando los antólogos son dos".

—¿Está presente Madariaga en los poetas jóvenes?

—No sé si lo está: para los jóvenes en general, la poesía no es un género que la educación priorice; para los que eligen la literatura como estudio, la universidad, apenas se ocupa de la poesía; para los que tienen el privilegio de leer, no es un género que las librerías exhiban generosamente en sus mesas. Entre los jóvenes que leen poesía, sin duda una minoría, Madariaga tiene un lugar. Es un poeta de colores apasionados, que pinta un paisaje pintando su historia.

—¿Qué momentos serían los fundamentales en su obra?

—Es difícil extraer de una obra tan sólida y homogénea algunos momentos. De todos modos, mi preferencia se centra en cuatro de sus libros: El pequeño patíbulo, Las jaulas del sol, Llegada de un jaguar a la tranquera y Resplandor de mis bárbaras. Pero no sólo la experiencia de la lectura me liga a Madariaga: haberlo visto y escuchado leer también fue decisivo en mi acercamiento a su obra. Es difícil encontrar poetas que conmuevan tanto como él cuando leía sus poemas. Los amarillos del crepúsculo correntino temblaban en su voz, y también los aullidos del mono, el suave discurrir de la canoa y las acuarelas móviles de la historia argentina.


Carlos Latorre advierte que "la poesía de Francisco Madariaga puede aparecer ante la mirada de los demás como incoherente o alucinada, siendo que en verdad resulta sobrecogedoramente lúcida por obra y gracia de su ser en trance de acceder a la revelación, de identificarse plenamente con el medio que lo proyecta.

Por identidad, por simbiosis, Madariaga da a luz una poesía que bien podría llamarse "folklórica" de no prescindir de lo inmediatamente descriptivo y anecdótico, de no crear, en cambio, la réplica analógica capaz de encerrar la presencia y la esencia, a la vez, de una comarca muy suya transfigurada por la acción de la naturaleza y el espíritu en indestructible relación ritual, casi mítica.

Insistiendo, sin servilismos imitativos, sin banalismos pintorescos, sin convenciones simbólicas, Madariaga opera el prodigio de ofrecer una de las versiones mas apasionadas y trascendentes de su propio país, y por ende de América, asistido por ese misterioso poder capaz de fundir en una sola las almas de la geografía y su habitante".

Su obra

1954 El Pequeño Patíbulo (Ediciones Letra y Línea, Buenos Aires)
1959/60 Las jaulas del sol (Ediciones A partir de Cero, Buenos Aires)
1963 El delito natal (Editorial Sudamericana, Buenos Aires)
1967 Los terrores de la suerte (Editorial Biblioteca, Rosario)
1968 El asaltante veraniego (Ediciones del Mediodía, Buenos Aires)
1973 Tembladerales de oro (Ediciones Interlínea, Buenos Aires). Reeditado con introducción de Víctor Redondo por El Búho Ediciones, Rosario, 1985)
1976 Aguatrino (Ediciones Edición del Poeta, Buenos Aires)
1980 Llegada de un jaguar a la tranquera (Ediciones Botella al Mar, Buenos Aires)
1983 Poemas (Autoselección, publicada por Ediciones Fundarte, en Caracas - Venezuela, con introducción de Juan Antonio Vasco)
1982 La balsa mariposa (Primera Obra Reunida, editada por la Municipalidad de la ciudad de Corrientes, con introducción de Oscar Portela)
1985 Una acuarela móvil (Ediciones El imaginero, Buenos Aires).
1985 Resplandor de mis bárbaras (Ediciones Tierra Firme, Buenos Aires)
1988 El tren casi fluvial (Obra Reunida, editada por el Fondo de Cultura Económica de México en Buenos Aires)
1997 País Garza Real (Editorial Argonauta, Buenos Aires)
1998 Aroma de apariciones (Ediciones Último Reino, Buenos Aires)
1998 En la tierra de nadie (Ediciones del Dock Buenos Aires)
1998 Criollo el universo (Editorial Argonauta, Buenos Aires)
1998 Solo contra Dios no hay veneno (Ediciones Último Reino, Buenos Aires)

Antologías 

Ha sido traducido al inglés, francés, portugués, sueco, italiano, alemán y publicado, entre otras, en las siguientes Antologías:

1963- POESÍA ARGENTINA – DIEZ POETAS Selección del Instituto Torcuato Di Tella, Buenos Aires, Editorial del Instituto.
1966- ANTOLOGÍA VIVA DE LA POESÍA LATINOAMERICANA Editorial Seix Barral, de Barcelona, España, selección y prólogo de Aldo Pellegrini.
1969- CONTEMPORANY POETRY ARGENTINE AND ANTOLOGY, (bilingüe) by William Shand, Buenos Aires, Fundación Argentina para la Poesía.
1970- POETI ISPANOAMERICANI CONTEMPORANEI, Feltrinelli Editore Milano, Italia.
1975- MODERNE ARGENTINICHE LYRYC, editors Horts Erdman Verlag, Alemania.
1975- POETAS ARGENTINOS CONTEMPORÁNEOS, selección Horacio Jorge Becco, Buenos Aires.
1979- ANTOLOGÍA DE LA POESÍA ARGENTINA, selección y prólogo de Raúl Gustavo Aguirre, Ediciones Literarias Fausto, Buenos Aires.
1979- POESÍA ARGENTINA CONTEMPORÁNEA, Fundación Argentina para la Poesía, Tomo I,





Buenos Aires

1981- POESÍA NUEVA LATINOAMERICANA, selección y prólogo de Manuel Ruano, Lima, Perú.
1985- ANTOLOGÍA DE LA POESÍA HISPANOAMERICANA, selección y prólogo de Juan Gustavo Cobo Borda, Fondo de Cultura Económica de México.
1988- LA NUEVA POESÍA ARGENTINA CONTEMPORANEA, en español e italiano, selección y prólogo de Antonio Aliberti, Buenos aires.
1988- GRANDES POETAS –Criollo del Universo. Francisco Madariaga, Fascículo N°44 del Centro Editor de Buenos Aires. Selección y prólogo de Daniel Freindemberg.
1995- CANTOS AUSTRALES. Poesía Argentina 1940/80. Selección Manuel Ruano, Monte Ávila Editores Latinoamericana, Buenos Aires.
1996- ANTOLOGÍA POÉTICA. Poetas Argentinos Contemporáneos, Volumen 5, Fondo Nacional de las Artes.
1998- 23 POETAS ARGENTINOS CONTEMPORANEOS. Instituto de Cultura Duilio Marinucci. Director Osvaldo Svanascini. Buenos aires.
1999- ANTOLOGÍA POÉTICA. Homenajes a Arturo Cuadrado. Ediciones Botella al Mar.
2003- ANTOLOGÍA BILINGÜE-PUENTES-POESÍA ARGENTINA Y BRASILEÑA CONTEMPORANEA. Selección y ensayo introductorio Jorge Monteleone y Eloisa Buarque de Holanda. Fondo de Cultura Económica de Buenos Aires.
2007- UN NUEVO CONTINENTE. ANTOLOGÍA DEL SURREALISMO EN LA POESÍA DE NUESTRA AMÉRICA. Organización a cargo del escritor Floriano Martins-, en la ciudad de Caracas, Venezuela, por MONTE ÁVILA EDITORES LATINOAMERICANA C.A., dentro de la Colección Altazor.

Premios y Distinciones

1963- Auspicio del Fondo Nacional de las Artes y edición de su libro “El Delito Natal”.
1967- “Premio Fundación Lorenzutti”, Buenos Aires por su libro “Los Terrores de la Suerte”.
1980- “Premio Cesar Mermett”, otorgado por la Fundación Argentina para la Poesía, por su libro “Llegada de un Jaguar a la Tranquera”.
1984- “Premio Guaraní” otorgado por el Gobierno de la Provincia de Corrientes, por su libro “Llegada de un Jaguar a la Tranquera”. Este libro ha sido musicalizado en buena parte por la cantante Teresa Parodi, bajo el título de “Cantata en Homenaje a corrientes”, que fue presentada en 1980, en el Teatro Planeta de Buenos Aires y en 1984 en el Hotel Guaraní de la Provincia de Corrientes.
1985- “Tercer Premio Nacional de Poesía”, por su libro “Resplandor de mis Bárbaras”.
1988- “Premio Gran Buho” otorgado por la Sociedad Argentina de Escritores, Seccional Corrientes, por su libro “Llegada de un Jaguar a la Tranquera”.
1988- “Premio Esteban Echeverría” de Gente de Letras.
1991- “Premio Municipal de Poesía”, Ciudad de Buenos Aires, por el libro “Criollo del Universo”.
1991- “Premio Trascendencia Cultural” otorgado por el Fondo Nacional de las Artes, a trayectoria.
1994- “Premio Konex”, en Letras, Poesía.
1997- “Tercer Premio de Poesía” Régimen de Fomento a la Producción Literaria, Fondo Nacional de las Artes, por su libro “Aroma de Apariciones”.
2000- “Gran Premio de Honor 2000”, de la Fundación Argentina para la Poesía.
2000- “Reconocimiento a su prolífica Obra Poética y aportes a la cultura correntina y nacional”, por la Fundación Torres Vera y Aragón, de la Provincia de Corrientes.
2004- “Primer Premio Nacional” de la República Argentina, Producción 1996/1999 por los libros “Aroma de Apariciones”, “País Garza Real” y “Criollo del Universo”.

     
Finalmente acompañamos esta reseña sobre el poeta, con el medular análisis de Daniel Freidemberg aparecido en la colección Los Grandes Poetas (Centro Editor de América Latina.1988) titulado Introducción a la antología Criolla del universo y otros poemas de Francisco Madariaga.

Un mito esencial en el origen de toda poética es, probablemente, el del Paraíso; ese que el hombre, por desear más de lo permitido, perdió, según el Antiguo Testamento. Paraíso terrenal que, las más de las veces, actúa por ausencia: el poeta lo añora, lo busca, lo entrevé. Arthur Rimbaud, a la búsqueda del Paraíso perdido, pasó su Temporada en el Infierno. Francisco Madariaga, cuya poesía se entronca en la de Rimbaud, también: en la gran ciudad –es lo que dicen sus versos– bramó contra "los poetas oficiales" ("Principitos destronados de toda sangre de composición en la naturaleza"), contra "las lianas del comercio", las "imbéciles Senadurías de la tierra" y otras maneras del conformismo, la rutina y la enajenación. Pero, a diferencia de Rimbaud y de casi todos los poetas contemporáneos, pudo fundar literariamente un Paraíso: lo hizo en los esteros subtropicales de su infancia, un "país –escribió– que lava su boca con el agua del tabaco, y su cuerpo y sus caballos en los puertecillos naturales de las bahías de las lagunas florecidas".
     
Revirtiendo la secuencia bíblica, en un cosmos desencantado Madariaga creó un territorio intenso, áspero y alucinante, donde son purísimos el goce y el dolor, y purísima y salvaje la belleza. Su principal instrumento para ello fue también descripto por Rimbaud: "un largo, inmenso y razonado desorden de todos los sentidos". Quien acceda a recorrer estos textos (que requieren una incondicional aceptación previa del lector: no se trata de una poesía rápidamente seductora ni de una que permita un abordaje paulatino o una decodificación intelectual) obtendrá, ante todo, un goce inmediato: visiones que se cristalizan, fulgurantes y nítidas, de golpe, como percibidas en un entresueño y con la contundencia del contacto con la materia concreta. La matriz técnica es evidentemente surrealista, pero sometida a una elaboración extremadamente personal. A la poesía de Madariaga se la ha identificado, alternativamente o a la vez, con el surrealismo, el expresionismo y la veta "telúrica" que cultivan algunos escritores de provincia; o bien se vio en ella una confluencia de líneas tales como la poesía gauchesca, el "barroco americano" y las experiencias de Oliverio Girondo. Con mayor o menor puntería, estas aproximaciones indican la dificultad de retratar algo que invariablemente escapa a las filiaciones o semejanzas: la singularidad de un discurso que, de un modo en el que muy pocos se le equiparan hoy –y no sólo en la Argentina–, crea sus propias leyes de legibilidad. 
     
Basta, puede decirse, una línea de Francisco Madariaga para reconocer su procedencia. No un poema, ni siquiera un fragmento: una simple línea (“el hada-yegua de los manantiales", por ejemplo) resulta inconfundible, porque sus rasgos dependen de una "mirada" o una actitud existencial intransferibles y de donde proviene aquello que da sentido a las peculiaridades del texto, a sus "irregularidades" respecto a las normas de la lengua y sus pasajes de hermetismo. Correlativamente, las peculiaridades que se observan en la línea son también las del poema, e incluso del libro y, hasta cierto punto, de toda la producción del autor: un tono enérgico y terminante, que parece surgido de un impulso expresivo libre de toda intermediación; un fluir de imágenes y afirmaciones que se suceden de un modo siempre sorprendente; una constante apelación ética sostenida en un puñado de valores básicos (dignidad, autenticidad, coraje, libertad, bondad, belleza). Si la línea es un micropoema, también el poema puede verse como parte de un poema mayor que es el libro, e incluso "la obra" entera de Madariaga, cuyo diseño temático semeja una sucesión de ondas concéntricas que se expanden y contraen, volviendo al punto de partida y tras haber recorrido trayectorias parecidas: hay un "viaje en círculos", según Oscar Portela, simbolizado una y otra vez en el "tren casi fluvial", marrón y antiguo, que –en el relato del poeta– representa la entrada a los parajes de la infancia. 
     
Pero, en la secuencia de los poemas, el tren es más bien un pasaje o una puerta. El punto de partida es más general: las nociones de rebelión, de apertura de los sentidos y de libertad incondicional que Madariaga encontró en el surrealismo. Dentro de esa corriente pueden ubicarse sin dificultad sus dos primeros libros –El pequeña patíbulo (1954) y Las jaulas del sol (1960)–, aunque ya entonces la marcaba un sesgo propio, definido por Raúl Gustavo Aguirre como "la coherencia de una pasión salvaje que desliga las palabras de sus relaciones habituales para someterlas a un nuevo y sorprendente sentido". Años después, Madariaga explicará que en el surrealismo encontró no una modalidad escritural sino "una dirección del espíritu" a la que ha permanecido fiel, pero encauzada por el reencuentro con el paisaje arcaico de los primeros años, que se anuncia en tres o cuatro poemas de Las jaulas del sol (el que da título al libro, por ejemplo, o "Cartas de invierno") y es abiertamente asumido en El delit' natal (1963). Hasta entonces, el imaginario tiene sus fuentes predominantemente en la vida urbana y las lecturas. En cuanto a estas últimas, no faltan elementos típicamente europeos (nieve, lobos, berlinas) y lo que parece "americano" es, más que subtropical, tropical y con un aliento exótico que hace pensar en una procedencia literaria o, más concretamente, en autores como Saint-John Perse o Aimé Cesaire. La ciudad, por su parte, casi lo único que presenta como positivo es el amor (a esta etapa pertenecen los principales poemas eróticos de Madariaga), contra un escenario apabullante, cargado a menudo de desesperación. 
     
Básicamente, se encuentran en estos libros dos tipos de poemas: los compuestos por imágenes puras e intensas, surgidas de la imaginación o el sueño, y los que sin reparo se lanzan a expresar ideas y sentimientos. Es la zona de la rebelión y la invectiva: textos insultantes como exorcismos para mantener alejadas la corrupción y la vileza. Esta modalidad declarativa –que en un primer momento suele aparecer como ristras de epítetos, un nada borgeano "arte de injuriar" que las normas tácitas de la poesía contemporánea habitualmente desaconsejan– se manifiesta de diversos modos hasta el presente, ya sea a través de rechazos o fervores. Lo que la legitima estéticamente es, por un lado, su fuerza interna, no sujeta a ningún sistema previo de ideas y que al ser expuesta con tanta franqueza se vuelve una realidad autónoma (ya que nunca trata de convencer o persuadir), y. por el otro, su función en la contigüidad con los demás poemas, como una suerte de contrapunto: el costado de sombra que hace resaltar a la luz. 
     
La oposición entre una realidad despreciable y un deslumbrante mundo imaginario se resuelve más tarde con el redescubrimiento de la infancia. Ricardo H. Herrera ha notado que "la palabra, ante la aparición del dolor, va en busca de un clima favorable" y surge entonces un poeta "solar" y "enemigo del culto lunar de la muerte". El propio Madariaga, por su parte, relató que, tras su repudio "a las mentiras, las estafas interiores, las soberbias innobles, las adiposidades", su mirada encontró en Corrientes "una porción del planeta que me llenó de imágenes y me obligó a transmitirla, mal o bien". Pero retorna a la provincia con –según sus palabras– “la herramienta de la imagen moderna" y sin renunciar a su bagaje cultural: se permite, entonces, encontrar "rostros malayos" en el gauchaje y hadas en los esteros, o bien descubrir que el gallo "tiene los colores de Gauguin" o convocar a cabalgar a su lado, con apero criollo, a D.H. Lawrence. La diferencia con la poesía gauchesca –fundamentalmente abocada a fingir un hablante y un habla lugareños– es esencial, por más que a partir de Llegada de un jaguar a la tranquera (1980) aparezcan moderadamente algunos vocablos guaraníes, y también lo es en lo que hace al núcleo temático: el Corrientes de Madariaga no es un escenario geográfico sino "un paisaje metido dentro de la carne" (Herrera). Sólo en parte, sin embargo, se trata de la recuperación de la infancia en el sentido que da Cesare Pavese al "mito" (como experiencia auroral, inmutable y que carga de sentido a las experiencias posteriores): tanto o más que eso, Madariaga encuentra en los estero s correntinos lo mismo que Joao Guimaraes Rosa ve en el árido sertón del Brasil: en la extensa cita colocada a modo de prólogo de Una acuarela móvil (1985), el novelista brasileño explica: "en el Sertón se habla el idioma de Goethe, Dostoievsky, Flaubert, visto no desde lo filológico sino desde lo metafísico, porque el Sertón es el terreno de la eternidad, de la soledad, donde lo exterior y lo interior ya son inseparables ( ... ) En el Sertón es el hombre el ego que todavía no encuentra ningún tú; por eso allí todavía instrumentan el idioma de los ángeles o del diablo". 
     
Se funda, por lo tanto, un reino espiritual, cuyos componentes (el fluir de las aguas, los bosquecillos de palmeras, el olor del gato onza) y sus habitantes (troperos, cazadores furtivos, bandoleros, mendigos, caudillos políticos) tienen la entidad de imágenes símbolo, arquetipos del inconsciente colectivo. Así actúa, por caso, la constante –y cada vez más frecuente– presencia de los caballos: las más de las veces, no son únicamente caballos sino condensaciones de atributos (fuerza, nobleza, velocidad, lazo de unión entre el hombre y la naturaleza). Así, también, el paisano litoraleño (gaucho-rey lo nombran algunos poemas) sintetiza el desprendimiento, la valentía, la humildad y una honda dignidad que no excluye el orgullo. Del mismo modo, los elementos del paisaje distan de funcionar sólo como "efectos de realidad": apuntan a revelar –como advierte Víctor Redondo– que "la naturaleza tiene un ser que puede llegar a dialogar con el ser del hombre que frecuenta la misma sensibilidad que lo vivo y lo mudo".
     
A medida que el poeta avanza en la comprensión de que su campo es una zona del espíritu humano universal, paulatinamente acentúa una modificación en su escritura. Se torna más reflexivo, acude cada vez más a sustantivos abstractos, creando una compleja oscilación entre el delirio y lo conceptual. El juego que se establece entre la pura experiencia lírica y las irrupciones del pensamiento es lo que probablemente ha llevado a suponer una vinculación con el "barroco americano", pero Madariaga no avanza por deslizamientos metonímicos de sentido ni por rodeos o sinuosidades. No deriva la energía sino, por el contrario, la condensa, detesta el despilfarro (que es típico del barroco). También hay más coincidencias externas que parentesco con Girondo (lo que no implica desconocer el estimulante padrinazgo que significó para Madariaga y otros poetas de su generación la amistad de Girondo). Lo que dicen las palabras, en la poesía de Madariaga, suele no ser lo que "normalmente" dicen, pero no por un afán de ruptura ni –mucho menos– implica, como en el barroco, alivianar la contundencia de su significación: el modo en que una sabiduría interna las elige y las dispone las carga del mayor sentido posible. Parecen brotadas –las palabras y las frases– en su punto máximo de incandescencia. 
     
Ahí, sí, podría hablarse de un cierto "expresionismo", si por tal se entiende el quiebre de las normas y costumbres de la lengua para adecuarla a la expresión de aquello que de otro modo no podría ser dicho. No, al menos, sin traicionar el impulso de una conciencia obstinadamente atenta a su propio murmullo. Cuando Madariaga inventa palabras ("contraamparo ", "trascoloreado ", "unílico", "inemociones", "entresobresí"), cuando otorga sentidos muy peculiares a las ya existentes ("ras", "trino") o cuando cambia una y otra vez el valor –positivo o negativo– de términos como "popular" o "lujo", es porque "algo abajo" lo dicta y establece el orden: "creo –dijo en una entrevista– haber llevado anotaciones dictadas por las ánimas de las hadas y otras ánimas que se erigen del sol, del agua, de los sueños, proyectando, ordenando y componiendo imágenes en el poema escrito, que sólo son vibraciones", Ese rumbo lo lleva, en Aguatrino (1976) a una nueva fuente de imágenes-símbolo: las costas marítimas del Este uruguayo, que desde entonces alternarán a menudo con el subtrópico correntino o., incluso, se fundirán con él. 
     
Llegada de un jaguar a la tranquera muestra una cierta distensión en el discurso –"se ha desinflamado", dice en el prólogo Oscar Portela– y una musicalidad que a veces recurre a métricas relativamente regulares y hasta a atisbos de rima. Es también, el libro donde Corrientes, su historia y sus personajes, aparecen por primera vez con nombres propios. Con Una acuarela móvil, mayormente escrito en prosa, el poeta ensaya una suerte de autobiografía para desembocar en Resplandor de mis bárbaras (1985), donde el autor tiende sintetizar toda su obra: en versos un poco más trémulos, más interrogantes, un poco menos vehementes, reúne todos los temas y los escenarios, todas las obsesiones y las convicciones, como quien recuenta una trayectoria. Lo particular y lo universal tienden explícitamente a fundirse y la imagen del océano surge como una aspiración de totalidad: "Criollo del universo" se titula uno de sus poemas, y otro concluye con una pregunta: "Después de todo esto, / ¿ comprenderéis que no pueda decretar, / definitivamente, / ninguna Poética?". Resulta, a primera vista, sorprendente, en alguien que escribió varias "artes poéticas" (incluso lo es su último texto publicado hasta ahora. "Imagen del poeta", agregado a su Obra reunida de 1988). De hecho, gran parte de su producción consiste, sustancialmente, en la exposición de un sistema de creencias, percepciones y opiniones, acerca del mundo y de la escritura. Hay una actitud consciente y decididamente asumida desde un principio al respecto, pero Madariaga no se siente con derecho a "decretarla". Se asigna otro lugar: registrar ciertas leyes naturales y comunicarlas, como engranaje –"peón del planeta", se ha autodefinido– de un proceso, también natural, que involucra tanto a la naturaleza como a los hombres y la poesía. De ahí –de la estrecha correlación entre la propuesta y los resultados, entre una escritura y una personalidad–, la singularidad de Madariaga, aquello que lo vuelve único. Su aceptación o no, en casos como este, depende de las inquietudes y necesidades del lector.