"Quiero más una libertad peligrosa que una servidumbre tranquila" Mariano Moreno

martes, 29 de marzo de 2016

RICARDO GÜIRALDES: SIN LA MAGIA DE DON SEGUNDO




 Si hay algo que debemos analizar sobre Ricardo Güiraldes (1886-1927) es que no sólo se lo debe reconocer como el autor de Don Segundo Sombra. El siglo XX que se caracterizó por una literatura de élites europeas, donde Güiraldes no estuvo ausente, lo muestra de un modo particular y conviene estudiarlo desde distintos aspectos para contemplar que, sin escapar del viejo esquema liberal “civilización y barbarie”, su espíritu estético avanzaba hacia una revisión más ligada al criollismo. Güiraldes conoció París antes que Buenos Aires y recién en 1890 toma referencia de su tierra de nacimiento. Su vida transcurre entre Caballito, donde pasa el invierno en la casa de su abuelo y San Antonio de Areco, la estancia propiedad de su padre, bautizada La Porteña. Tanto él como sus hermanos hablaban a la par el francés como el español y esa cultura de clase acomodada que le era natural y cotidiana nunca la desdeñó. En esa etapa de crecimiento , educado por intitutrices, el niño se fue formando en un clima ideal hasta la llegada a su vida de Lorenzo Ceballos, un ingeniero mejicano exiliado en Argentina, quien lo fue templando en el rigor del trabajo y lo impregnó de imágenes, costumbres y modalidades sobre las tareas en el campo, en especial el transitar de los peones de estancia. Güiraldes se recibe de bachiller, ingresa en la Facultad de Arquitectura pero no conforme se inclina por el Derecho mientras trabaja como escribiente en una secretaría de juzgado; pero nuevamente fracasa y consigue un puesto en un banco y en una casa de remates. 

 En todo momento la lectura está presente. Por sus manos pasan Nietzsche, Spencer, Michelet, Renan, Dickens, Balzac, Zola, Maupassant, Flaubert, Dostoievsky, Lugones, Darío, Campoamor, Espronceda, Bécquer, Isaacs. Es claro que el camino a seguir está ligado a la literatura. En mayo de 1910 en compañía de su amigo Roberto Levillier, viaja a París y es en este periplo donde aparece su verdadero destino de escritor.





 Hacia 1912 Güiraldes se integra en Buenos Aires al grupo de artistas y escritores que se nuclea en el taller de Alejandro Bustillo, bautizado como grupo Parera; allí es donde conoce a Adelina del Carril, la que posteriormente sería su esposa. El casamiento se realiza el 20 de octubre de 1913 en La Porteña. Aquí se produce un hecho mágico. El hombre que lleva a la futura novia hasta la estancia es un gaucho llamado Ramírez, el que con el tiempo se transformaría en la leyenda de Don Segundo Sombra.

 No debemos quedarnos con la imagen épica del viejo hombre de campo. Güiraldes es un hombre que vivió entre dos culturas pero que no perdió su argentinidad; como el mismo lo expresa: “Entre extraños aprendí a ver lo que había en mí de nacional, lo que hay en mí, no de individual, sino de colectivo común a todo mi pueblo”.

 Güiraldes transita un camino al filo de la cornisa entre un texto realista y un impulso naturalista que permite sostener su obra con un color de amanecer pampeano. En esa evocación histórica y documental está su mundo interior y el valor artístico de su obra. Güiraldes, como dijimos, es mucho más que su leyenda campera, no podemos olvidar al cuentista, al novelista de Xamaica, obra rica llena de aventuras y viajes, a su Raucho, que aparece en 1917, reorganizada a partir de Los comentarios de Ricardito, una autobiografía de la que no cabe ninguna duda, a aquellos cuentos manuscritos entregados a Leopoldo Lugones -Cuentos de muerte y de sangre- o ese relincho teatral titulado El reloj que su esposa lo desiste de publicar.







 Entre 1921 y 1922 Güiraldes escribe Poemas solitarios, publicados póstumamente, salvo los tres primeros que aparecen en Proa.

 Desde 1922 el novelista había dado un giro espiritual hacia el hinduismo.

 En 1924 junto a Jorge Luis Borges, Pablo Rojas Paz y Brandán Caraffa funda la revista Proa que lamentablemente no tiene el éxito esperado en Argentina pero sí en hispanoamérica. Desconsolado decide cerrarla y se aboca de lleno a su Don Segundo Sombra.

 En marzo de 1926 Güiraldes termina Don Segundo Sombra, iniciado en 1920.

 Su pasión por la teosofía y la filosofía oriental lo domina a punto tal que estando en París decide viajar a la India, pero ya la enfermedad de Hodgkin (cáncer de ganglios) había minado su salud y todo parece llegar a su fin. En ese momento está escribiendo El sendero y pocos días antes de su muerte le llega la noticia que fue reconocido con el Primer Premio Nacional por su Don Segundo Sombra.

 El 8 de octubre de 1927 fallece en compañía de su esposa en la casa de su amigo Alfredo González Garaño. Sus restos llegan a Buenos Aires el 27 de noviembre, son recibidos por el presidente Alvear y después son trasladados a San Antonio de Areco.

 Entre los textos que queremos recordar nos interesa El libro bravo, según Alberto Gregorio Lecot “A partir de la muerte de Ricardo Güiraldes, Adelina del Carril asume con devoción la delicada tarea de custodiar y divulgar la obra artística de su marido. Conserva entre otros papeles inéditos del poeta, los manuscritos de un trabajo inconcluso: EL LIBRO BRAVO, cuya publicación decide en ocasión del Homenaje póstumo a Ricardo Güiraldes tributado por un grupo de Sociedades Culturales Argentinas en San Antonio de Areco, el 6 de diciembre de 1936.”
Dice su esposa:

EL LIBRO BRAVO

Libro de poemas en que había de exaltar las características excelencias de los hombres de nuestra raza.
Desgraciadamente no le fue dado llevarlo a cabo en su totalidad y solo nos queda el Índice, con la enumeración del proyecto; un Prólogo explicativo y dos Poemas que dan la pauta de lo que hubiera sido EL LIBRO BRAVO si le fue dado terminarlo.
En ocasión del Homenaje póstumo a Ricardo Güiraldes que un grupo de Sociedades Culturales Argentinas le tributará en San Antonio de Areco, el 6 de diciembre de 1936, don Francisco A. Colombo, primer Impresor de Rosaura, Xaimaca, Don Segundo Sombra, Poemas Solitarios, Poemas Místicos y Seis Relatos ha querido adherirse al acto, publicando algo inédito del poeta, para ser distribuido a los concurrentes en recuerdo de este acontecimiento.
Mucho me place, para esta ocasión, cederle este manuscrito donde se evidencia el gran amor lleno de esperanza que sentía Ricardo Güiraldes por «su tierra, su raza, su nación, su pueblo».
Adelina del Carril.






El libro Bravo


Hacer los canto en primera persona, como para ser dichos por cada uno y teniendo en cuenta los asuntos que puedan ser de exaltación general.


Mi orgullo Mi malicia

Mi hombría Mi sangre

Mi insolencia Mi hospitalidad

Mi enojo Mi generosidad

Mi risa Mi fuerza

Mi amor Mi pureza

Mi coraje Mi nobleza

Mi cuerpo Mi comparada

Mi soledad Mi dominio

Mi anarquía



Prólogo


Quiero que mis cantos, a ejemplo de los hombres de mi tierra, vivan por sí mismos y hallen en la capacidad de bastarse, el orgullo de su existencia independiente.
Quiero que mis cantos sean libres de leyes, como los hombres que llevan en sí su propio honor. Quiero que mis cantos al cantar la libertad, sean libres; al cantar el coraje, tengan entereza; al cantar la audacia, sean audaces y al cantar la fuerza, sean fuertes.
Mis cantos deben revestirse de los valores que pregonan para no mentir.
¿Cómo podría loar la audacia y ser modesto?
¿Cómo podría cantar la libertad y ser sometido?
¿Cómo podría cantar el valor y ser temeroso?
¿Cómo podría cantar la libertad enmascarándome?
Para poder ser suficiente, necesario es no haber pedido.
Para no pedir, es necesario bastarse.
Yo no soy anarquista que vive de la sociedad ni se agrupa. Para poder sostener mi orgullo, es que nunca he tendido la mano hacia dádiva alguna
Vosotros de quienes canto estas condiciones, las apreciaréis en mí.
¿Qué autoridad lleva mi mano? Ninguna. Ni tengo quien me lleve ni quiero ser llevado.
Me fui por entre el mundo a ver al hombre. La tierra era para mí «la madre» y el hombre «su hijo vencedor». Conocí las razas, las naciones, los pueblos, y así de lejos pensé siempre en mi raza, mi nación, mi pueblo.
Las razas nacieron porque fueron misterios ignotos del hombre primero, las calderas de vapor que son hoy calor hecho movimiento y han cambiado las relaciones del tiempo y la distancia. Las naciones tuvieron un origen administrativo, hicieron y defendieron sus fronteras a hierro. Los pueblos crearon ideales comunes a todos sus individuos.
Los individuos dentro de sus razas, de sus naciones y sus pueblos, tuvieron sus rostros y su alma propia, pero tuvieron también el rostro de su raza; el alma de su nación, el ideal de su pueblo.
Por eso canto; porque tengo la convicción de que al cantar, no canto yo sólo, sino que inconsciente, soy como la garganta por donde dice su palabra «armoniosa» todo mi pueblo.
Nuestra raza nació de una raza muy vieja y de una tierra muy nueva. Sangre fue su agua de bautismo y al salpicarse de rojo el damasquinado verde de la tierra, nació una amalgama de tierra y hombre, que fue nuestro parto original.
Aquella raza vieja vino de muy lejos. La trajo el viento, soplando en los gayos velámenes blancos que eran una idea lanzada al mundo.
En el hierro de sus espadas dormía el coraje pronto a vivir y en sus almas, una gran idea nueva.
La codicia entorpeció a esos hombres. Quisieron conquistar la tierra, pero fueron conquistados por ella. La torpe sed del oro maldito habiéndolos traído, los expulsaría como indeseables piratas.
Había nacido nuestra raza ya y quedaba en pie, hecha de sangre derramada y tierra invicta.
Hablo a mi pueblo porque hablo por mi pueblo.
Él es quien guía mi corazón por la mano mientras digo estas cosas. Mi palabra no es personal ni aspira a expresar sentimientos personales. Entre extraños aprendí a ver lo que en mí había de nacional, lo que hay en mí no de individual, sino de colectivo y común a todo mi pueblo. Los contrastes evidenciaron lo propio de lo extraño. La incomprensión obró como piedra e hizo nacer el reflejo que me apareció como luz, como mi luz, como nuestra luz.
Paulatinamente, al contacto de otros pueblos y pulsando en la ausencia de ciertos rasgos, cuales eran los nuestros, propios como creaciones, vi que el conjunto de pequeñas luces rechazadas, hacían una gran luz y que esa luz era «armonía».
La armonía delata la existencia de un ser completo y vi que mi pueblo era un ser completo ante el cual mis ojos se anegaron de cariño.
Me fui por entre el mundo para ver al hombre.
Sentí los límites que no se ven en el idioma de los hombres, en sus gestos. Sentí los climas y las religiones en las costumbres, la moral, el sentir del hombre.
Vi las razas en la fisonomía y las comprendí en sus modos de sentir y de vivir.
Asistí al culto de las religiones distintas y comprendí que ellas hacen en el alma de los hombres, lo que los límites en sus tierras.
Seguí andando por entre el mundo, viendo naciones, razas y pueblos, y comprendí que las razas, las naciones y los pueblos florecen en una religión que es para ellos la representación del estado perfecto y el ideal al cual tienden. En algunas partes no encontré religiones, pero sí filosofías, que es el mismo perro con otro collar.
Siempre pensé en mi pueblo, en mi raza, en mi nación.
¿Mi raza? Es una raza añeja, otrora pudiente más que ninguna.
¿Mi nación? Una tierra maternal y enorme, cuyas fronteras no son zarzas y cuya ley es amiga.
¿Mi pueblo? Un pueblo admirable de simplicidad, de aristocracia anárquica que está en peligro de claudicar.
¿Religión? Tuvo una hereditaria que se muere en mil transmutaciones y ha sido un poco barrida por el viento áspero de la pampa que es verdadera.
¿Filosofía? Aún no tuvo pensadores que le dieran un libro que fuera la tabla de su ley. Pero sí tuvo hombres que a fuerza de ser humanos, dieron fragmentariamente un soplo de grandeza uniforme.








Mi orgullo


No he insultado.
Sin embargo sé que el ala del chambergo que quiebro sobre mi frente es un rebencazo para los que miran de abajo.
Cuando canto en mi guitarra, no hago caso del mulato que babea como un novillo su envidia por los rincones.
Mi orgullo tiene espuelas que se callan en el lodo de las meadas.
Lo que respiro de pampa fluye en tranquilo empaque de mis ojos.

Abajo Mi hospitalidad


Sé hospitalario.
Cuando el forastero harto de camino ponga en tu población su mirada como un cuerpo sobre los pellones del recado tendido en el campo, espéralo más allá del umbral de tu casa chata y fresca y ofrécele tu mano como un pregusto de abrigo.
Porque eres señor de tu casa, trátalo cual si fuera amo.
No preguntes quién es.
Tal vez en sus brazos pese un mal hecho, más difícil de llevar por la vida que las arrastradas nazarenas por la barrida tierra de tu patio en que van hincando su corona de espinas.
Tal vez un orgullo demasiado grande ensanche su frente bajo el chambergo cuya ala pretenciosa viene despreciando el aire que crea a su paso.
Siéntalo junto al fogón, corazón de fuego de tu morada tranquila, y dele un banco fuerte en qué asentar su fatiga.
Arrima unas brasas a sus pies para que sequen el barro de sus botas y el calor suba hasta sus labios en confianzas de confidencia.
Déjalo hablar y asiente con tu cortesía sus palabras.
Y cuando el sueño nuble de vacío sus ojos, entonces dale tu lecho y vigila su reposo tendido sobre tus pellones.
Cuando se vaya llevará consigo el regalo de tu hermandad que mejora al hombre.








Paseo

De Río a Copacabana.
Se dispara sobre impecable asfalto,
se agujerea una montaña y se redispara,
en herradura, costeando océano
y venteándose de marisco.
El mar alinea paralelas blancas con calmos siseos.
El cielo está siempre clavado al techo,
por sus estrellas;
los morros fabrican horizontes de montaña rusa...
Y la luna calavereando.


Viajar

Asimilar horizontes. ¿Qué importa si el mundo
es plano o redondo?
Imaginarse como disgregado en la atmósfera,
que lo abraza todo.
Crear visiones de lugares venideros y saber
que siempre serán lejanos,
inalcanzables como todo ideal.
Huir lo viejo.
Mirar el filo que corta una agua espumosa
y pesada.
Arrancarse de lo conocido.
Beber lo que viene.
Tener alma de proa.


Verano

Buenos Aires. Calle Santa Fe en el 900. Diciembre.
La casa abierta, respirando de noche,
todo apagado dentro.
Cielo, implacablemente estrellado, cuyo azul
de zafiro australiano se aleja,
por obra del aturdimiento luminoso que mandan
a los ojos los focos eléctricos.
De tiempo en tiempo, coches pasan,
en rectilíneos destinos.
En la acera de enfrente, una madre aparea
la obesidad de su flácido descanso
a las epidérmicas lasitudes de su hija,
que corre mano distraída sobre su muslo,
apenas suavizado por un batón rosa.
El reflejo de los focos se aplasta,
extendido contra el asfalto.
Caballito, caballito que llevas el fiacre vacío,
pareces un cuento,
infantil,
de madera.


Proa

Hace mar fuerte...fuerte...
Los egocultores decimos así a lo
que nos vence y no es el caso.
El mar arrea cordilleras renovadas,
que columpian al vapor
en cuya proa frenetizo de borrasca.
Busco una metáfora pluriforme
e inmensa; algo como fijar el alma
caótica,que se empenacha de pedrería.
¿Cómo decir?...Mar...mar...y mientras
insuflo el cráneo de espacio
para cantarle mi visión, el insolente
me escupió la cara.


Durante años en cuarentena

Durante años en cuarentena
la más leve impureza
crece en ropajes. Cubre
con brillos su vergüenza
y mientras delira en su concha
toma la forma de su encierro.

Cada perla un coágulo perfecto
para el engaño.